Biografía del 1900

DECADENCIAS

Melchor Almagro San Martín (1882-1947) es, en cierta manera, un gran maldito. Pero no un maldito bohemio y desharrapado, sino todo lo contrario. De buena familia granadina, estudiante en Madrid, diplomático por medio mundo, insaciable snob, su nueva prosa modernista se estrenó en 1903 con un espléndido libro de cuentos decadentes titulado Sombras de vida, con prólogo de Valle-Inclán. Pero (salvo alguna que otra incursión breve a la narrativa o al periodismo) Almagro San Martín se dedicó a vivir y a gozar del beau monde, donde tenía muchas amistades. Sus costumbres homosexuales, muy promiscuas, hicieron que lo expulsaran de la carrera diplomática y le debieron costar algunas complicaciones más (pienso en un caso francés similar, pero más escandaloso, Roger Peyrefitte) lo que no hizo que nuestro hombre siguiera viviendo como un esteta, regentando negocios familiares y con casa madrileña llena de obras de arte y bibelots, camareros guapos, y reuniones de lo más selecto.

Tras la Guerra Civil (con mucho perdido y delicado de salud), Melchor tiene que volver a escribir para ganarse la vida, seguir teniendo un pisito chico pero lleno de antigüedades y fotografiarse con un mozo de comedor de lo más resultón. Entonces surge el libro que en 1943 publicó Revista de Occidente y que acaba de reeditar Biblioteca de Granada, prologado y minuciosamente anotado por Amelina Correa Ramón. Almagro se dedica a la petite histoire, o sea, a los hechos cotidianos, y biografía un año clave –1900– saltándose un poco los estrictos límites cronológicos, pero narrándonos con amenidad y soltura, la vida en el Madrid de la época, bien es verdad que en el Madrid de la aristocracia, con sus comidas, sus bailes y saraos en el Real, por lo que abundan las marquesas y duquesas tanto como en Proust. (Almagro pudo haber sido un Proust hispánico, pero adoraba la calle). Siempre Melchor con las hijas de la marquesa de La Laguna, muy amigas suyas, Gloria en especial, que sería más adelante la gran lesbiana del Madrid chic. El libro parece el diario que un joven escribió, al llegar tarde a su casa por las noches, ese mismo 1900, aunque sabemos que, incluso si usó notas de la época, el libro está escrito 40 años después. Pero es muy vivo: los palacios, los trajes de gala, los escritores modernistas en el café de la Montaña, los noventayochistas –que son nuevos, pero en otro cuño– en el más serio café de Madrid (Azorín, Baroja) y, claro, escenas callejeras que llevan a las de la marquesa de Ivanrey –la guapa de moda– a Rubén Darío, a las diatribas políticas que interesan menos al autor, a la Pardo Bazán, a una visita de la Duse, a Galdós, al actor Ricardo Calvo y al escándalo de la rica princesa de Wrede, argentina casada con un príncipe alemán. Sentimos plena y directa la vida de ese tiempo, aunque sea evidente que el autor prefiere la literatura y la high class. Lo otro se lo calla. Un libro excelente que nos hace añorar cuanto pudo haber hecho este maldito de negro charol.